La importancia de reconciliarme con mis pensamientos

 



Hay algo que todos tenemos en común, sin excepción: pensamos.
Desde el momento en que abrimos los ojos hasta que nos dormimos —y a veces incluso durante el sueño—, nuestra mente no deja de producir ideas, imágenes, recuerdos, dudas, juicios, proyecciones.
Es como si dentro de nosotros hubiera una voz constante, a veces útil, otras caótica, muchas veces incómoda.

Y aunque damos por sentado que pensar es natural, lo que rara vez nos enseñan es cómo relacionarnos con esos pensamientos cuando duelen, asustan o nos hacen sentir que no estamos bien.

El peso de lo que pienso

Muchas personas llegan a terapia no porque tengan una vida desastrosa, sino porque no soportan lo que pasa dentro de su cabeza.
Porque tienen pensamientos que les generan culpa, vergüenza o miedo.

Pensamientos como:

  • “¿Y si empujo a alguien?”
  • “No merezco ser feliz.”
  • “Todo sería mejor si no existiera.”
  • “Soy una mala persona.”

Lo más doloroso no es tenerlos, sino creer que tenerlos significa que son verdaderos, que revelan quiénes somos realmente.

Pero aquí va una verdad liberadora:
Tener un pensamiento no es lo mismo que creerlo, ni mucho menos actuar sobre él.

La mente humana no es un juez imparcial; es una fábrica de historias, muchas de las cuales no elegimos.


No se trata de controlar, sino de convivir

Como dice el psicólogo Russ Harris, uno de los principales impulsores de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT):

“No puedes detener el río de pensamientos. Pero sí puedes dejar de ahogarte en él.”

Esa frase lo dice todo.
No se trata de controlar cada idea que surge, sino de cambiar nuestra relación con ellas.

Reconciliarse con tus pensamientos no es rendirse ante ellos, tampoco normalizar conductas dañinas, sino reconocer que están ahí, sin pelear contra ellos, sin darles más poder del que necesitan.


¿Por qué luchamos tanto?

Muchas veces, intentamos suprimir un pensamiento:
“No debo pensar que mi pareja me abandona”.
“No debo imaginar cosas violentas”.
“No debo cuestionar mi fe”.

Y cuanto más tratamos de borrarlo, más regresa, más fuerte, más insistente.

Es como cuando te digo:
No pienses en un elefante rosa.
¿En qué acabas pensando?

Este fenómeno se conoce como el efecto paradójico del control cognitivo, y explica por qué el intento de reprimir un pensamiento lo fortalece.
Así nace el círculo vicioso del TOC, de la ansiedad, de la rumiación:

  1. Un pensamiento intrusivo aparece
  2. Le damos un significado catastrófico (“si lo pienso, es porque quiero hacerlo”)
  3. Intentamos suprimirlo
  4. Vuelve con más fuerza
  5. Nos sentimos culpables
  6. Y así continúa…

Desfusionar: ver el pensamiento como evento, no como verdad

En la psicología contemporánea, especialmente en enfoques como la ACT o la MBCT (Mindfulness-Based Cognitive Therapy), se habla de desfusionar del pensamiento: verlo como un evento mental, no como una verdad absoluta.

No decir:
❌ “Yo soy un fracaso”.
Sino:
✅ “Estoy teniendo el pensamiento de que soy un fracaso”.

No decir:
❌ “Voy a morir si salgo a la calle”.
Sino:
✅ “Mi mente está generando una predicción catastrófica”.

Esa pequeña distancia cambia todo.
Permite que el pensamiento siga existiendo, pero sin gobernarte.


Reconciliarme con mis pensamientos es un acto de compasión

Reconciliación no es resignación.
Es decirle al pensamiento:

“Estás ahí.
No te invité.
No te agradezco.
Pero tampoco voy a pelear contigo”.

Es aprender a verlos como nubes que pasan por el cielo de la mente.
No son el cielo.
Solo pasan por él.

Muchas veces, los pensamientos “oscuros” no son señales de locura, sino de dolor no nombrado, de heridas no sanadas, de necesidades emocionales urgentes.

Un pensamiento como “quisiera desaparecer” no siempre significa que quieras morir.
A veces es solo un grito de cansancio, de soledad, de agotamiento emocional.

Y si en lugar de juzgarlo le preguntaras:
“¿Qué necesitas que yo entienda?”,
quizás descubras que no busca destrucción, sino atención.


¿Cómo empezar a reconciliarme?

Aquí algunas herramientas prácticas:

  1. Nombrarlo sin juzgar:

    En lugar de “tengo un pensamiento horrible”, di: “estoy teniendo un pensamiento difícil”.

  2. Desidentificarte:

    No eres tu mente. Tienes pensamientos, pero no son tu identidad.

  3. Escribirlo sin censura:

    Anótalo todo. Al salir del interior, muchas veces pierde fuerza.

  4. Hablarlo en terapia:

    No para que te digan “no pasa nada”, sino para que puedas nombrarlo sin miedo al juicio.

  5. Practicar mindfulness:

    Observa el pensamiento como si fuera un transeúnte que pasa por la acera. No lo invites a entrar, pero tampoco lo empujes.


Invitación a la paz interna

El camino hacia la paz interior no pasa por tener una mente silenciosa.
Pasa por aprender a convivir con el ruido sin que te arrastre.

Es permitir que los pensamientos vengan y vayan, sin convertirlos en identidad.
Es entender que no eres tus pensamientos, aunque pasen por ti.

Y es saber que, aunque no puedas controlar lo que piensas,
sí puedes elegir cómo respondes.
Puedes escribirlos, hablarlos, observarlos…
o simplemente decir:

“Gracias, mente, por querer protegerme…
pero esta vez, voy a seguir mi valor, no mi miedo.”


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