Martha, una mujer de 60 años, vivió la pérdida más dolorosa de su vida cuando su hijo falleció en un accidente. Desde aquel trágico día, su existencia quedó marcada por el dolor y la negación. Durante cuatro años, su vida se convirtió en un ciclo de tristeza, aislamiento y culpa. No encontraba consuelo en sus seres queridos y evitaba hablar del tema, como si al hacerlo pudiera detener el tiempo y mantener viva la memoria de su hijo.
Los momentos más oscuros
Las fechas especiales eran devastadoras para Martha. Cada cumpleaños, cada Navidad, cada aniversario del fallecimiento de su hijo se convertía en un recordatorio insoportable de su ausencia. Se negaba a deshacerse de sus pertenencias y mantenía su habitación intacta, como si él pudiera regresar en cualquier momento. Sus noches eran largas y llenas de insomnio, y los días transcurrían en un estado de letargo y apatía.
Su familia intentó apoyarla, pero con el tiempo, muchos comenzaron a distanciarse al no saber cómo ayudarla. Su duelo se transformó en una barrera que la alejaba del mundo exterior. Martha llegó a creer que nunca podría superar la pérdida.
El proceso de sanación
Cuando llegó a consulta, su dolor era palpable. Como tanatólogo, mi primer objetivo fue brindarle un espacio seguro donde pudiera expresarse sin miedo al juicio. Empezamos con sesiones de escucha activa, en las que Martha pudo hablar sobre su hijo, sus recuerdos y su dolor, algo que no había hecho en años.
1. Aceptación del duelo: Trabajamos en el reconocimiento de sus emociones. Le expliqué que el duelo no tiene un tiempo definido, pero que quedarse atrapado en él podía impedirle vivir plenamente.
2. Ejercicios de despedida simbólica: Martha escribió una carta a su hijo, expresándole todo lo que nunca pudo decirle. Luego, realizamos un ritual de despedida donde, en un ambiente íntimo, leyó su carta y simbolizó la entrega de su dolor mediante la quema de la misma. Este proceso le permitió liberar una parte del peso emocional que cargaba.
3. Reconstrucción de su vida: Gradualmente, comenzamos a enfocarnos en su presente. Fomentamos actividades que le proporcionaran un propósito, como el voluntariado en asociaciones de apoyo a personas en duelo. Esto le permitió conectar con otras personas que habían experimentado pérdidas similares y sentirse comprendida.
4. Recordar sin dolor: Con el tiempo, Martha aprendió a honrar la memoria de su hijo sin que esto le impidiera seguir adelante. Creó un álbum de recuerdos donde incluía fotografías y pensamientos positivos sobre su vida junto a él. También adoptó la costumbre de encender una vela en su honor en días especiales, en lugar de vivirlos con tristeza.
El renacer de Martha
Después de meses de terapia, Martha logró encontrar paz en su interior. Aprendió que recordar a su hijo no significaba aferrarse al sufrimiento, sino celebrar su vida. Aceptó que su amor por él no se desvanecería con el tiempo, sino que se transformaría en una fortaleza que la acompañaría siempre.
Su historia es un testimonio de que, aunque el duelo puede parecer eterno, con el apoyo adecuado y el tiempo necesario, es posible encontrar la luz en medio de la oscuridad. Martha no olvidó a su hijo, pero sí aprendió a vivir con su ausencia de una manera saludable y significativa.
Psic. Javier Peña
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